martes, 15 de octubre de 2013

Intermedio



Desde que publiqué la última parte de los antecedentes he estado pensando mucho, divagando a veces, otras reflexionando o intentándolo al menos. He pensado en qué caso tiene escribir esto, en que estoy ventilando cosas muy íntimas no sólo mías sino de mi familia, aunque trato de no hablar sobre ellos sino sobre mí respecto a ellos, es muy difícil distinguir la línea. Luego recuerdo que mi primera idea fue escribir como retroalimentación personal, después para buscar nuevas respuestas, abrir nuevas puertas y encontrar paz en una segunda (o tercera o quinta) fase de mi propio proceso. Y finalmente, pensé que podría servirle a alguien porque cuando yo lo necesité, no encontré nada afín a mis vivencias. Como dije en un post anterior: la empatía es a veces más valiosa que la sabiduría.
Y así, sin estar muy segura del porqué lo hago, vuelvo a escribir y a publicar. Con lo poco que he hecho ya logré bastante y agradezco a quienes se han tomado el tiempo de leer y comentar porque han sido piedras en este proceso de reconstrucción.
Hace tres años escribí un cuentecillo en la clase de narrativa de un diplomado en creación literaria, fue publicado y salió de mi cuaderno, pero aquí sigue como piedra de Stonehenge, erigido como colosal recuerdo de aquel día. Lo comparto antes de continuar y después de contar los antecedentes porque es el parteaguas de mi vida, marca el día cero, el instante en que la deconstrucción comenzó a gestarse.

Deconstrucción
(o cuando no sólo los niños lloran)
Antes de colgar el teléfono ya no podía hablar, casi ni escuchar. Mi padre trataba de calmarme diciendo que era lo mejor, que pronto estaríamos bien y que mi bienestar era lo más importante de su vida. Y mientras lo decía, lo más importante de la mía se desintegraba. El concepto de familia. Mi concepto de familia. El concepto de mi familia. Junto a ella la lealtad, la honestidad, la solidaridad, la confianza, el amor, y en su lugar se levantaba, lúgubre, la traición. Un nuevo concepto de familia se convertía en la antítesis pura de mi existencia.
Todo empeoró cuando vi a mi madre tratando de aparentar una tranquilidad que no recobraría en mucho tiempo. En sus ojos quebrados de llanto seco se me fueron las preguntas, mudas, de lo que significaba una familia que de pronto se rompía en tres pedazos y yo y sólo yo me quedaba con ella. Sumando la ausencia de mi padre, de quien ese dolor por teléfono no era más que un estatequieto, a la de mi hermano, frío y lejano, la familia que yo tenía como base de toda mi existencia no existía más. Las palabras se revolcaban en mi cabeza: familia, incondicionalidad, lealtad, familia, cuatro, abandono, familia, furia, familia.
“Eres tú, eres única en mi vida, eres lo que yo anhelaba para darte el corazón”. Los Moon Lights comenzaron a escucharse como si una remota bocina se hubiera encendido de pronto. Era su canción y normalmente me recordaba a los dos bailando en una fiesta noventera, enamorados. Ahora sólo creaba una confusión insoportable en donde, como en el mundo de John Malkovich cuando se mete a su cabeza y mira a través de sus ojos y todos fuera de él son él mismo, ahora yo me convertía en el esposo ausente, en la esposa engañada, en el hijo indiferente. Pero a la otra hija, la que soy, no sabía afrontarla. La estructura familiar padre junto a madre soportando a los hijos, como una torre bien cimentada, pasaba a ser una columna débil sin cimientos en donde yo era esa columna y mi madre la gran trabe que yo debía sostener.
En la ingeniería hay una regla: las bases deben ser más fuertes que lo que soportan o todo se derrumbará. Mi tranquilidad mental se basaba en ese precepto por demás experimentado en mi vida, los cimientos fuertes que mis padres como matrimonio me habían colocado, me dejaban fraguar las columnas que yo quisiera sobre esa gran losa de cimentación. Ese día, sin embargo, la losa se quebró: No tenía el suficiente acero, el colado había sido pobre, pero los vicios ocultos eran lo más impresionante. Me convertí entonces en la deconstrucción andante. Ahora soy una columna rota que ya no sabe cuál es su papel.

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