Antes de seguir con los antecedentes, creo
necesario aclarar algo: Lo que he venido contando a partir de la entrada
anterior y lo que vendrá en adelante tiene un seguimiento cronológico (salvo
algunas excepciones que serán especificadas), tomando como punto de partida el
día en que me enteré de que mis padres se separaban, lo cual sucedió hace poco
más de tres años. La aclaración va por lo siguiente: Muchas de las ideas, conflictos
y demás cosas que leerán es lo que estaba viviendo en esos momentos,
sentimientos encontrados, actos que hoy me avergüenzan, ideas y caminos
erróneos muchos de ellos, que con el paso del tiempo he logrado identificar.
Por ejemplo, la principal pregunta que me torturaba “¿por qué se separan, qué
pasó?”, era una dolorosa monserga de la que yo ansiaba respuesta, la
necesitaba, pero no la obtuve, nunca estuve ni cerca de encontrarla ni lo he
estado. Pero a diferencia de aquel tiempo, ahora he aprendido que no la
necesito, que no es mía, que no me corresponde. Sin embargo creo importante
contar esos episodios de angustia y de ira y el proceso de sanación porque,
vaya, de eso se trata este blog, de que alguien más pueda descubrir que el
sufrimiento es tan largo como uno lo decida.
No cuento todo esto para obtener complacencias
ni lástimas, estoy contando mis experiencias, muchas de ellas ya superadas,
otras aun en el proceso, para ofrecer algo de empatía a quien esté pasando por
lo mismo que yo pasé y, en un afortunado caso, que mis experiencias sirvan de ejemplo
de lo que se debería o no se debería hacer en base al criterio de cada quién. Queda
en ustedes, lectores, juzgar o no mis acciones pero les pido que acompañen su
juicio con una propuesta de solución, yo no estoy dictando verdades ni
absolviendo culpas, quiero crear un registro de pros y contras de todas las
acciones que, como parte de una familia que se desintegra, inevitablemente
tomamos.
Ahora sí, continúo.
En ese momento comenzaba el infierno porque
decidí tomar partido. No sé si fui consciente de hacerlo, pero las circunstancias
me llevaron a tomarlo. Conforme pasaban los días, por un lado mi madre (al
principio fuerte y con una seguridad de que todo se arreglaría en unos días)
fue quebrándose poco a poco; por el otro mi padre (quien al principio respondía
mis llamadas o me llamaba acongojado y triste) poco a poco dejaba de
responderme y de llamarme, y evitaba (o así lo veía yo) reunirse conmigo para
charlar. Por un lado, pues, mi padre se alejaba y por el otro mi madre se
quebraba, ¿qué hacía yo? Pude haber seguido insistiendo en verlo y haberme
limitado a visitar a mi madre todos los días, pero vale la pena mencionar que desde
siempre fui muy apegada a ella y que, al verla herida, yo podía sentir la
herida en mi propio pecho. Es algo difícil de explicar, pero si ella lloraba no
era necesario que me explicara su dolor, yo lo sentía. Se formó entre nosotras
(o seguramente yo formé) un lazo inexplicable y profundo, muy fuerte, y tomé
para mí lo que era para ella, como si eso fuera a evitar que ella lo sintiera…
yo no sabía que eso no servía de nada, pero no había ante mí ningún otro
camino, no había nada más que pudiera hacer.
Con mi madre siempre existió un apego muy
grande, ella era mi confidente, mi apoyo, mi amiga. No siempre fui sociable, en
la pubertad era una niña muy solitaria pero ella siempre estaba conmigo y
compartía mis ocurrencias. Mi padre también era mi amigo pero, más que eso, era
mi maestro. De él aprendí casi todo lo que sé, él me enseñó a ser administrada,
me enseñó a redactar, me enseñó el gusto por aprender. Cuando le preguntaba el
significado de algo no me lo decía, sus palabras eran “trae el tumbaburros” y
cuando llegaba con él, me hacía buscar la palabra clave de lo que quería saber,
me pedía leer en voz alta y me hacía todas las preguntas pertinentes para
llegar a la respuesta por mí misma. Mi madre por su lado me enseñaba sobre la
solidaridad, el amor fraternal, el apoyo, la unión familiar, la dignidad
personal, él por su parte me enseñaba cómo ser una persona exitosa en todos los
sentidos. Los dos eran mis héroes.
Pero hubo un momento en que la relación con mi
padre se fracturó. Tuvo que ver mi forma de pensar, basada en los principios
que me habían enseñado pero inclinada hacia el feminismo (1). Me molestaba por
ejemplo que mis novios tuvieran que pedir permiso para salir conmigo y que ante
él fueran responsables de mí, cuando yo sabía cuidarme sola. Me había enseñado
a usar herramientas pero le parecía inapropiado que yo las utilizara si había
un hombre a mi lado para hacer esos “trabajos de hombres”. Nuestros choques de
ideas fueron en aumento al dejar la adolescencia y comenzar a abrir mis
horizontes mentales. Irónicamente a mi parecer, mi padre me había enseñado a
ser independiente pero, cuando llegaba el momento de serlo, no me lo permitía. De
pronto todo comenzó a parecerme sospechoso, empecé a dudar de la perfección de
nuestras vidas. Lo observaba, lo escuchaba entre líneas, lo veía con
curiosidad, como si siempre lo estuviera analizando, y lo hacía, y cada acto
suyo fuera de su código de ética y moral me hacía quitarle una piedra más al
pedestal que le había erigido desde pequeña. Yo no sabía que los padres son simples
mortales, y finalmente lo tiré del pedestal y comencé a observarlo con un dejo
de crítica moralista… mi base era “si tanto hablas de moral, ¿cuál es la tuya?”.
El acabose fue cuando, viviendo ya fuera de
casa desde hacía varios años, finalmente le dije que yo, su hija la perfecta, era
homosexual. Que no me casaría con un hombre ni tendría una hermosa familia con
marido e hijos, que no me veía con nadie en el futuro pero que, si estaba
equivocada, ese alguien sería una mujer. Me hizo muchas preguntas que traté de
responder de la mejor manera posible porque entendía que, como mi padre, él
intentaba con todas sus fuerzas comprenderme y aceptarme. Sus preguntas fueron
obvias, ¿alguien te hizo así?, ¿alguien te lastimó de pequeña?, ¿has intentado
estar con un hombre?, ¿podría ser pasajero?, y muchas más. Le respondí todas y
cada una, aun las más íntimas, aún las que me sonrojaban, pues sabía el dolor
que le estaba causando y quería tranquilizar su angustia y limpiar cualquier
resquicio de culpa que él pudiera sentir.
A esta decepción para él debo sumarle que, así
como yo siempre lo consideré perfecto, él también a mí, y no desaprovechaba
oportunidades para decirme lo orgulloso que estaba de mí por ser una estudiante
destacada, por ser brillante, después por ser una profesionista titulada con honores,
después por haber conseguido un buen trabajo y ser una chica responsable, pero
que él soñaba con que yo me convirtiera en una reconocida arquitecta, con un
despacho propio, gente a mis servicios y proyectando y construyendo aquí y
allá. Nunca he sido muy conocedora de lo que quiero pero sí de lo que no
quiero, y en cuanto estuve segura de eso le hice saber con mucha emoción que yo
no deseaba ser una reconocida arquitecta ni tener mi propio despacho ni gente a
mis servicios, que no me gustaba proyectar y que la obra no era lo mío, sin
embargo yo era una artista y que muy pronto vería mis obras literarias
publicadas aquí y allá, mis exposiciones de artes plásticas en galerías y
museos, y que si no podía mantenerme del arte, sería feliz teniendo un empleo
que me diera lo suficiente para vivir y para crear. Y sé que eso a él le dolió
muchísimo.
La fractura se creó mucho tiempo atrás, pero
los dos fuimos rasgando cada vez más lo que había quedado sano. Nos fuimos
alejando, las charlas desaparecieron, mis visitas a su casa se limitaban a
pasar el tiempo con mi madre mientras él apenas me saludaba y de inmediato
salía con cualquier pretexto, y no regresaba hasta que yo ya no estuviera ahí. Dejó
de salir a comer conmigo en mis cumpleaños, de ir a mis exposiciones y
presentaciones, y yo dejé de platicarle trivialidades, sólo me atrevía a
contarle sobre cosas que él considerara importantes y así obtener un comentario
estimulante de su parte.
Y poco a poco me fui convirtiendo en el esposo
de mi madre, cubriendo el tiempo que él no estaba en casa, escuchando lo que
ella tuviera que contar para que no se comiera sus historias sola, ayudándola
en sus tareas, acompañándola a sus eventos. A veces llegaba en las tardes y la
encontraba sola y triste, inútilmente tratando de aparentar alguna actividad y
justificando que mi padre no estuviera. También había pasado por el dolor de
saber que yo era homosexual y sufrió como nadie cuando me salí de su casa para
vivir sola, pero fui testigo de sus esfuerzos sobrehumanos para comprenderme y
aceptarme, lográndolo a costa de mucho sufrimiento. Me quedaba claro que su
amor de madre no tenía límites, no conocía el orgullo ni las idealizaciones,
que todo lo superaba, que todo lo perdonaba y que todo lo comprendía. Es obvio
que siempre hubo mucho peso de este lado y era inevitable que me inclinara
hacia ella.
Debo decir, sin embargo, que a mi padre no le
di el beneficio de la duda y el error y que, cuando él me juzgó, yo lo juzgué,
incluso desde antes, y rompí su imagen de superhéroe sin darle la oportunidad
de mostrarse como un hombre, con ideas tan arraigadas que era mucho más difícil
para él modificarlas, pero que pudimos haber hecho coincidir de haberlo
intentado un poco más. Cuando lo intentamos más adelante, no fue posible. Cuando
le pedí mostrarse como el hombre simple y mortal que era porque así quería
conocerlo, él ya no lo permitió, y entiendo que se haya sentido muy lastimado
por mi incansable búsqueda… yo quería conocer la verdad pero me obsesioné con
su verdad. En algún momento nos perdimos y entonces yo me convertí en su sombra
buscándole una doble vida. Y el que busca, encuentra.
Ahora que retomo estos episodios creo
comprenderlo un poco más. Siempre sentí que la fractura entre nosotros fue de
allá para acá, que él con su fachada de gran señor pero con su realidad de
simple mortal no estaba a la altura de una relación genuina y honesta, pero
nunca había caído en cuenta de que mis ideas tan dispares a las suyas también
lo hicieron pensar eso de mí. Siempre creí que él era el que estaba mal y que
él era quien debía aceptar mis ideas y mi forma de vida bajo el argumento de
que yo no estaba engañando a nadie, que había sido honesta con ellos (mis
padres) desde siempre, pero ahora creo comprender que él pudo haber pensado lo
mismo de mí, yo no estuve a la altura de sus expectativas, y no es culpa de
ninguno de los dos, no fue culpa de nadie. Los dos nos idealizamos y no pudimos
superar el dolor de vernos como realmente somos.
1.
No
se deben confundir mis ideas feministas con hembrismo, sobre todo considerando
el panorama que expongo. El feminismo se refiere a la equidad, en donde no se
trata de que la mujer sea más que el hombre sino de tomar, simplemente, su
lugar natural, paralelo al hombre. Para mí era lo más normal del mundo hacer lo
mismo que los hombres, no depender de ellos, no existía en mi cabeza
superioridad de ningún género. Mi padre sin embargo siempre ha pensado que yo
considero inferiores a los hombres y yo siempre he pensado que él los considera
superiores. Es difícil encontrar una media entre estos pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario