Y así tomé un camino, no muy convencida, sí muy
enojada. Me dediqué a recopilar información, como estudiante investigando para
confirmar sus hipótesis. Vaya, siempre fui muy buena para esas materias de
métodos de investigación y formación de tesis y tesinas. Pero como esto no era
un trabajo académico, le dediqué más tiempo y fuerza que a nada. Suelo ser muy
obsesiva con las cosas que me interesan, obsesiva al punto de la compulsión, y
esta situación fue la prueba de fuego.
Al paso de los días, mi padre finalmente fue
cambiando de actitud hasta aceptar que no volvería y comenzó los trámites del
divorcio. Bueno, eso yo lo veía venir desde el principio y traté de que a mi
madre no le sorprendiera pero claro, eso fue imposible. Comenzaron pues los
tratos legales, los acuerdos entre ellos, cosas más, cosas menos, y a cuatro
meses de la separación tuve el último diálogo con mi padre. Fue, más que
diálogo, una discusión por radio que no llevó a ninguna solución. Yo le pedía
que cumpliera con cierto compromiso económico de la casa familiar mientras él
se negaba y me dejaba a mí la responsabilidad de ayudar a mi madre a
resolverlo. Qué conveniente, yo no podía meterme en sus asuntos pero sí debía
ayudar a mi madre a resolver los problemas que estos asuntos generaran, poca
cosa.
El diálogo se transformó en discusión y terminó
en insultos. Jamás le dije una grosería, nunca lo ofendí con palabras, pero el
enfrentarlo y exigirle que cumpliera con algo fue para él una ofensa, ¿quién
era yo para exigirle tal cosa?, ¿quién era si no sólo una hija? Yo por mi parte
me tragué sus insultos, y aunque me siguen doliendo como en ese día, ahora
puedo entender que fue su mecanismo de defensa, ¿qué hacemos todos cuando nos
sentimos atacados y no tenemos armas para defendernos, argumentos verdaderos?,
pues peleamos como gato panza-arriba y atacamos, sin sentido, sin ton ni son,
sólo atacamos. Sí, no me deja de doler pero lo entiendo, ahora lo entiendo.
¿Qué hacía? Su hija le reclamaba cierta obligación que no era con ella, ¿porqué
darle explicaciones?
Fui intermediaria en esa y otras ocasiones,
muchas de ellas sin que mi madre lo supiera. Fui testigo y parte de todo el
proceso legal del divorcio, el acuerdo que no se pudo lograr, las pruebas que
yo aporté para el expediente, las citas con el licenciado en donde casi siempre
yo estaba presente… incluso lo acusé de vendido cuando las cosas no salieron
como estaban planeadas. Pero ¿qué era verdad y qué no lo era? De acuerdo, había
aspectos que debían defenderse pero yo no era un ser neutral, ¿eso me hace
culpable de entrometerme?, ¿me justifica? Fui visceral, fui ciegamente parcial,
eran las consecuencias de tomar partido, lo sabía y lo acepté solemnemente. Pero
ojalá hubiera sido lo suficientemente fuerte y sensata como para sobrellevar
esas consecuencias… no fue así, lógicamente después de tragarme todos y cada
uno de los momentos dolorosos, de frustración, de tristeza, de coraje, todo lo
vomitaba en mi casa, en mi espacio, y no siempre a solas… uno siempre se lleva
entre las patas a quien menos debe.
Mi mujer me apoyaba, nunca he conocido a
persona más solidaria que ella, fue amiga para mi madre, pañuelo de lágrimas y
guerrera defensora, pero tuvo que sacudirme más de una vez para hacerme
reaccionar cuando mi mundo se limitaba a la lucha entre mis padres. De pronto
yo no estaba en mí, no tenía tiempo para ella, no hablaba de otra cosa que no
fueran mis padres, siempre estaba un paso delante de mi madre, siempre un paso
detrás de mi padre… Y varias veces, muchas tal vez, tuvo que rasgarme con
palabras, reprenderme como niña pequeña y abrirme una herida para drenar lo que
yo no podía soltar, lo podrido que traía dentro y que me estaba pudriendo a mí.
Ella me rescató muchas veces de ahogarme en la amargura, me obligaba a salir, a
hacer otras cosas, a dejar sola a mi madre para que también ella creciera, para
que también ella sanara y para sanar yo.
Puedo imaginar qué habría sido de mí sin ella,
en esos momentos en los que me obsesionaba y no dormía pensando en cómo
resolver un asunto que no era mío, y no es nada agradable. Ella fue mi
equilibrio y me salvó de la locura, y me mantuvo a flote hasta que decidí
buscar ayuda profesional. Es difícil explicar lo que sentía en esos momentos,
estaba en medio de una guerra en donde peleaba yo sola, en la que atacaba a mi
padre y defendía a mi madre pero en realidad atacaba lo que odiaba y defendía
lo que amaba, no a las personas sino a las esencias: mi familia era lo que se
estaba muriendo, lo que se había quebrado y yo luchaba contra todo aquello que
lo rasgaba cada vez más y trataba de remendar lo que quedaba sano, pero ya nada
estaba intacto. Yo misma terminé de rasgar lo poco que se había salvado. Yo quería
zurcir y remediar lo que quedaba de mi familia, pero a veces olvidaba que yo ya
tenía mi propia familia y también debía protegerla… protegerla de mí misma.
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